¿Cuál es la verdadera doctrina de los apóstoles?

René Malgo

¿Cuál es la verdadera doctrina de los apóstoles?

En el mercado de las opiniones cristianas se predican muchas cosas diferentes y a veces antagónicas. Es posible que también los creyentes verdaderos estén en desacuerdo en cuestiones doctrinales. El autor cristiano Michael Kotsch sostiene que es lógico que los diferentes grupos cristianos hagan énfasis en puntos diferentes porque, si bien el Dios vivo nos ha dado todo lo que necesitamos para la fe y para la vida en la Biblia, esta no es un libro de teología sistemática.

A pesar de todas las diferencias que tenemos al interpretar las Escrituras, ¿no hay un núcleo sobre el cual todos pueden y deben estar de acuerdo? ¡Sí! Existe “la fe que de una vez para siempre fue entregada a los santos” (Judas 3; LBLA), o como dice 2 Timoteo 4:3: “la sana doctrina” de los apóstoles.

En el siglo V, un tal Vicente de Lerins (fallecido alrededor del año 450 a.C.) se puso a pensar en esta misma pregunta, porque ya en su época había falsos maestros que usaban mal las Santas Escrituras. La crítica de las Escrituras ya se practicaba en los primeros siglos de la Iglesia en algunos círculos religiosos. Había falsos maestros que, por ejemplo, usaban la figura de Pablo para criticar a Jesús, lo que hoy muchas veces sucede a la inversa. Vicente de Lerins nos da el siguiente consejo para cuando nos cueste tener discernimiento en la jungla de las interpretaciones contradictorias: la verdadera fe se puede encontrar en lo que se ha creído unánimemente “por todos, en todos los lugares y en todos los tiempos”. Cuando un maestro de la Biblia respeta “la universalidad, la antigüedad y la unanimidad” de la Iglesia desde el tiempo de los apóstoles, está del lado seguro. Debería ser el deseo de cada cristiano permanecer a toda costa bajo la “gloriosa y santa regla de la doctrina que nos fue entregada” (Clemente de Roma).

El apóstol Pablo resume esta doctrina, la “regla de fe”, como la llamaba Ireneo de Lyon (2 Tesalonicenses 2:15) –como aquello que se debe guardar en unidad de Espíritu: “…un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación; un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos” (Ef. 4:2-6).

La Iglesia tiene una fe. Esta única fe es, en pocas palabras: Jesús es el Señor (Hechos 16:31; 20:21). La única fe se expresa también en un cuerpo: allí donde la Iglesia se reúne en el nombre del Señor Jesús, le adora, celebra la comunión del Cuerpo de Cristo en el partimiento del pan en la Cena del Señor y anuncia la doctrina de los apóstoles (1 Corintios 10:16-17; Hechos 2:42).

La doctrina de los apóstoles contiene una fe, un cuerpo, un Espíritu, un Señor, un Padre y un bautismo. El bautismo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (Mateo 28:19) es, por así decirlo, la puerta de entrada a la Iglesia del único y trino Dios (1 Corintios 12:13). El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo constituyen el único Dios verdadero en tres personas. La trinidad de Dios, es decir, la distinción entre Dios el Padre, el Señor Jesús y el Espíritu Santo mientras se lo reconoce como único Dios, es la característica esencial de la fe cristiana y de la doctrina apostólica, que se mantuvo intacta a través de los siglos y a pesar de las peleas doctrinales.

Además, la doctrina apostólica se caracteriza por el conocimiento de que el Padre “es sobre todos, y por todos, y en todos”. En todo lo que hagamos, lo que importa es que Él reciba la honra que merece. La vida cristiana es una vida en verdadera adoración en la presencia de Dios. Adonde vayamos y en donde estemos, allí está Dios, y queremos glorificarle con nuestras vidas.

Nos anima a hacerlo el hecho de que tenemos una misma esperanza de nuestra vocación: la firme confianza en que Cristo vendrá otra vez y estaremos con Él para siempre. Nuestra meta imperturbable es la eterna y feliz comunión con el Padre y el Hijo por el Espíritu Santo en la gloria del cielo y de la resurrección.

El que cree y anuncia estas cosas se mueve dentro del marco de la doctrina apostólica. Pero el que rechaza estas cosas –aunque pretenda basarse en la Biblia– sale del ámbito de la fe cristiana “histórica” y entra en el área de la doctrina propia, falsa, no inspirada por el Espíritu, que no es conforme a la voluntad del Señor Jesús y no honra al Padre. ¡Maranata, ven, Señor nuestro!

 

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