¿Cuál es la señal más importante del tiempo final?

René Malgo

¿Cuál es la señal más importante del tiempo final? En su libro Bible Prophecy Answer Book, el autor cristiano Ron Rhodes llama a Israel la “súperseñal del tiempo final”, porque vemos hoy con nuestros propios ojos su restauración como Estado. Pero hay una señal del tiempo final que es aún más grande, aunque no la podemos ver con nuestros propios ojos hoy en día. Aun así, cada día experimentamos su efecto en el mundo entero.

Lo que dio inicio al tiempo final fue en realidad la encarnación del Hijo de Dios, la venida de nuestro Señor Jesucristo a esta Tierra. Para los apóstoles, Su venida en medio de Su pueblo israelita fue el comienzo del “fin de los siglos” (Gálatas 4:4; 1 Corintios 19:11; 1 Pedro 1:20). Fue la señal más grande de que estamos en los días postreros (comp. Mateo 1:23 y Lucas 2:11-12).

Con Cristo, la vida en persona llegó a este mundo, como nos dice 1 Juan 1:1-3: “Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida (porque la vida fue manifestada, y la hemos visto, y testificamos, y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó)”. Se manifestó en persona la reconciliación del mundo (1 Juan 2:2; 2 Corintios 5:17), y apareció en persona la luz del mundo (Juan 8:12). Por eso, Juan pudo escribir: “Las tinieblas van pasando, y la luz verdadera ya alumbra” (1 Jn. 2:8).

Según la convicción de los apóstoles, las tinieblas del mundo estaban por desaparecer definitivamente en aquel entonces: “La noche está avanzada, y se acerca el día”, escribió Pablo en Romanos 13:12. El día estaba cerca porque Cristo ya había quitado de en medio el pecado (Hebreos 9:26). Su venida marcó un punto de inflexión en la historia de la humanidad. Y la razón por la cual Él no vuelve tan pronto como lo esperaban los apóstoles y sus seguidores, es que nuestro Dios es infinitamente misericordioso y lleno de gracia y quiere que aún más hombres sean salvos (comp. 2 Pedro 3:9).

Es cierto lo que escribió Juan hace más de 1,900 años: “Hijitos, ya es el último tiempo” (1 Jn. 2:18). Él no podía saber cuánto duraría el último tiempo y tampoco lo podemos calcular nosotros ahora (Hechos 1:7). Pero Juan hizo bien al ligar el último tiempo con la manifestación del Señor Jesucristo (comp. 1 Juan 2:18-23). ¡Pues con Él realmente se ha acercado el Reino de Dios!

Juan llama anticristos a todos los que niegan que Jesús es el Hijo de Dios y el Cristo. Cristo es la traducción griega de Mesías, que significa Ungido. En otras palabras: todo el que niega que Jesús es el Mesías de Israel, es un anticristo. Por eso los apóstoles estaban tan seguros de que el fin de todas las cosas estaba muy cerca (1 Pedro 4:7): pues el Rey de Israel anunciado para el tiempo final había llegado y había resuelto el problema del pecado. Había comenzado a cumplirse la profecía del Antiguo Testamento.

Cuando dice “Hijo de Dios”, Juan (como también todos los demás apóstoles) se refiere a Dios mismo. Esto no solamente se muestra por el hecho de que llama al Señor Jesús “la luz” y “la vida”. También enfatiza en su primera carta, después de advertir a los lectores contra los ídolos, que el Señor Jesús es “el verdadero Dios, y la vida eterna” (1 Jn. 5:20).

Por eso estamos en el tiempo final: Dios mismo, Dios el Hijo, ha venido a esta Tierra y se ha dado a conocer como el Mesías de Israel. El que niega esta verdad es un anticristo.

Según Juan, también son anticristos los que niegan que el Hijo de Dios se ha hecho hombre (1 Juan 4:1-6). También por esto estamos en el tiempo final, pues no puede haber acontecimiento mundial más incisivo que este: Dios mismo haciéndose hombre. Esto no quiere decir que se vistió de un cascarón humano, sino que realmente nació como ser humano, uniéndose de manera indisoluble con Sus criaturas. Como hombre, Jesucristo es nuestro mediador (1 Timoteo 2:5). Como hombre, Él es primicia de la resurrección (1 Corintios 15:20-23). Y como hombre, Él es nuestro intercesor ante el Padre. Y de esta manera, Él sabe exactamente lo que sentimos y cuáles son nuestras intenciones, porque Él mismo pasó por todo esto, solamente que sin pecado: “No tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado”, dice Hebreos 4:15.

Algo así nunca se dio en la historia y nunca más se dará: Dios mismo se hizo hombre. Él permaneció siendo el que es, y a pesar de eso se hizo lo que antes no era. De esta manera, reconcilió a los hombres consigo mismo, se unió con ellos, los recibió en Su vida celestial, para que todos los que crean en Jesucristo y permanezcan en Él sean llamados hijos de Dios. Por eso, hablando figuradamente, el pesebre, la cruz y la tumba vacía son las señales más importantes del tiempo final, pues muestran que el Creador, con toda Su santidad, se hizo cercano para atraer a sí a Sus criaturas caídas, para que estén con Él ahora y por la eternidad. Ante este hecho, solamente podemos asombrarnos, adorarle y decir: “¡Amén, ven, Señor Jesús!”.

 

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