
Cristianos maduros luchando por la Palabra de Dios
“Una iglesia debería formarse de cristianos maduros que juntos luchen por la Palabra de Dios”
Un diálogo sobre cristianismo maduro con Martin P. Grünholz, pastor comunitario en Steinen, Alemania. Realizó su formación teológica en el Seminario Crishona y en el STH de Basilea, Suiza. Su iglesia es miembro de la Asociación Comunitaria Evangélica AB, y él es parte del Grupo de Continuación de la Red Biblia y Confesión (bibelundbekenntnis.de).
¿Qué opina de los reproches provenientes del catolicismo, de que con el lema “Mi conciencia está cautiva en la Palabra de Dios” cualquiera puede vivir su fe como le plazca?
Naturalmente que el punto de vista católico puede ser muy seductor. Es sencillo iniciar una docencia que impone un punto de vista y fija una dirección teológica; eso tiene ciertas ventajas. Existen 40,000 denominaciones protestantes, lo que definitivamente es un problema y reduce la credibilidad. Pero al fundamentar la doctrina cristiana, deberíamos hacernos la pregunta de dónde está la Biblia en comparación con otras fuentes de revelación. La iglesia católica ha iniciado la docencia para fijar la tradición eclesiástica como el lugar correcto de interpretación de la Palabra de Dios. Con esto la tradición toma un nivel más alto que la Palabra de Dios. Otras fuentes de revelación son el sentido común y la experiencia. Debemos preguntarnos cómo armonizar estas otras tres fuentes de revelación con la Biblia, pues los reformadores no enseñaron un “biblicismo” ciego que suprimía todas las otras fuentes. En sus argumentaciones ellos también se remitían a las otras fuentes, pero la autoridad superior para ellos siempre la tenía la Biblia. Lutero la denominaba como Norma normans non normata, la “norma normadora que no puede ser normada”. En otras palabras: a la hora de interpretar podemos y debemos tener en cuenta los otros tres accesos (tradición, sentido común y experiencia), pero siempre debemos someterlos a las declaraciones de las Sagradas Escrituras. Los creyentes deben luchar juntos de este modo para interpretar correctamente las Escrituras.
Pero aún cuando los creyentes toman en cuenta seriamente las otras fuentes de revelación, y al hacerlo las someten a la Biblia, igual se puede llegar a las más diversas interpretaciones (como muestra la realidad).
Está claro que siempre hay aquellos que usan las Sagradas Escrituras para sus intereses propios. Y aUn cuando no existe ningún abuso, es un hecho que incluso con la mejor ciencia y conciencia los creyentes pueden llegar a resultados diferentes en asuntos de conocimiento. Vemos eso, por ejemplo, en la lucha entre Lutero y Zuinglio sobre el correcto entendimiento de la Cena del Señor. Ambos tomaban muy en serio la Biblia, pero aun así llegaron a interpretaciones contrarias. Les tomó 50 años a reformados y luteranos aceptar la manera de celebrar la Cena del Señor de unos y otros.
Para evitar el abuso de poder, debemos esforzarnos para juntos alcanzar el verdadero significado de las Sagradas Escrituras. No deberíamos excluir precipitadamente de la iglesia a aquellos que llegan a otras interpretaciones. La convivencia tiene que ser posible, un luchar juntos llenos del Espíritu Santo, aun cuando al final igual se llega a resultados diferentes.
Basándome en Mateo 18, agregaría que en nuestras iglesias necesitamos una nueva cultura de debate. Cuando hay diferencias una iglesia debe sopesar hasta qué punto aceptar esas diferencias. Tomemos, por ejemplo, la Cena del Señor: fácilmente puede haber diferencias en cuanto a cómo definimos la Cena del Señor (aquí se trata de seguir luchando por la comprensión correcta de la mano de las Sagradas Escrituras). Pero cuando la discusión es sobre la divinidad del Señor Jesús, por ejemplo, se habría llegado a un punto donde debemos poner límites y donde estaría indicada la disciplina eclesiástica.
Es importante el hecho de que una iglesia debe estar compuesta por cristianos maduros que juntos luchen por la Palabra de Dios. Sería fatal una iglesia cuyos miembros se atengan unilateralmente a ciertas doctrinas con el argumento “así lo hemos hecho desde siempre”. Entonces, en realidad, estarían haciendo lo mismo que la iglesia católica, al poner su tradición en el mismo nivel que la Palabra de Dios.
Pero, ¿cómo es posible hoy un cristianismo maduro que no sea movido constantemente de un lado a otro por cualquier viento de doctrina?
Un gran problema entre los cristianos hoy en día es que se está perdiendo cada vez más el anclaje en la Palabra de Dios. En el Instituto Bíblico San Crishona hemos tratado el primer pecado en profundidad: el docente señaló que el diablo intenta arrancar la Palabra de Dios de los corazones humanos y sembrar desconfianza. Por un lado, vemos hoy en la sociedad y en las facultades teológicas una desconfianza fundamental frente a la Biblia. Por otro lado, vemos que en las iglesias la lectura y memorización de la Palabra de Dios está disminuyendo. Así se alimenta la desconfianza, y entonces sabemos lo que Dios dice solo “aproximadamente”, como Eva que sabía lo que Dios había dicho más o menos, pero no con exactitud. En este punto fue que atacó Satanás. En oposición, está el cristianismo maduro, que se trata de estar enraizado y anclado en las Sagradas Escrituras. Si conozco capítulos enteros y versículos de memoria, estos me cambian desde adentro. Eso justamente es un muro de protección contra las diversas opiniones, contra el ser arrastrado de un lado para otro. En ese caso sabemos dónde está el fundamento, y quien está así enraizado en la Palabra de Dios también puede tratar con las diversas fuentes de revelación (sentido común, tradición y experiencia) sin correr peligro, porque ya sabe dónde encontrar la autoridad suprema.
Martín Lutero vivía con la esperanza de que el Día del Juicio estuviera a la puerta. ¿Hasta dónde la esperanza de la pronta venida de Cristo puede ser de ayuda para una vida cristiana Madura?
Hoy casi no existe entre los cristianos la esperanza de la pronta venida de Cristo. Sin embargo, solo las personas que están cómodas y seguras en el mundo pueden darse el lujo de una actitud tan negligente. Esto hace a que lleguemos a ser como las cinco vírgenes que se durmieron sin aceite, o que nos comportemos como el siervo perezoso. Pero justamente un cristianismo maduro es el que destaca por la esperanza de que el Señor pueda venir hoy. Solo el necio dice en su corazón: “Todavía falta mucho para que mi Señor venga”. A veces, estamos tan conformes con nuestra vida que la comodidad llega a cansarnos; muchos de nosotros ya casi no leemos la Palabra de Dios. Por esto, la esperanza de la pronta venida de Cristo es una parte importante de un cristianismo maduro, porque así nos armamos contra el materialismo, así nos mantenemos preparados. Como lo dijo Gustav Heinemann: “Los señores de este mundo van, nuestro Señor viene”.
La agitación y la confusión de nuestra época son alarmantes; pero si comprendemos que nuestro Señor viene podemos tomar los acontecimientos del tiempo presente con mayor tranquilidad. Tenemos una perspectiva de eternidad, y el ver a los cristianos perseguidos nos debería dar que pensar: ¿estamos igualmente dispuestos a aceptar persecución por nuestra fe, como lo hacen muchos creyentes en el mundo entero? Allí donde la fe cuesta algo es donde se separa la paja del trigo. Justamente en ese tipo de circunstancias, es donde indefectiblemente persiste una fuerte esperanza de la pronta venida de Cristo y un cristianismo maduro. Eso también lo vemos cuando estudiamos el libro del Apocalipsis, que fue escrito en el siglo I para los cristianos perseguidos; en el momento de su redacción estaban a punto de estallar grandes persecuciones. Por eso, este libro es tan leído en estos contextos peligrosos: nos da esperanza y nos dirige hacia la segunda venida de Jesucristo.
¿Cómo es en la práctica un cristianismo maduro anclado y enraizado en la Palabra de Dios?
En Romanos 10, encontramos la perfecta definición de un cristianismo maduro. En los versículos 9 y 10 vemos que una fe profundamente arraigada en el corazón y nuestra confesión, están íntimamente ligadas. Por un lado, tenemos la seguridad de que Jesucristo es el Hijo de Dios que murió por nosotros y resucitó. Él es el que reina en nuestros corazones; y aquello que debería estar en nuestro corazón, también tiene que estar en nuestra boca. Como lo dice Pedro: “Estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros” (1 P. 3:15). Pero solamente lo podemos confesar si realmente tenemos esa esperanza. De modo que, el cristianismo maduro en la vida cotidiana consiste en que tenga en mi corazón la seguridad de tener un Señor que murió por mí y que resucitó y volverá, y que estoy dispuesto en todo momento a hablar de Él a otros.
Si alguien solamente cree para sí mismo, en su interior, pero no lo comparte, es como el Mar Muerto. Y quien solamente comparte lo que no tiene en el corazón, solo realiza un espectáculo. Es por eso que estas dos cosas son esenciales para un cristianismo maduro: estar firmemente anclado en el corazón y vivir en la disposición de compartir el evangelio e invitar a otras personas a creer en Jesucristo. Nuestro Señor nos ha llamado a salir del mundo justamente para enviarnos a este mundo. Ambos lados son inseparables, y ninguno puede ser descuidado.