Combatiendo el azúcar

Wiffred Hahn

Está en todas partes: no importa lo que uno coma, todo contiene una alta proporción de esta sustancia. Grandes cantidades se echan en hamburguesas, salsas de espaguetis y kétchup; incluso la comida para perros se vende mejor si está enriquecida con este producto. Se trata del azúcar. La gente se deja seducir fácilmente por él, y eso puede llevar a daños en la salud y dependencia.

El azúcar es un tema de grandes dimensiones, una cuestión geopolítica agridulce. Se debe tener en cuenta que su uso frecuente a nivel mundial es un fenómeno relativamente joven. Sin embargo, algunos historiadores señalan que la popularización del azúcar tuvo mayor influencia política que el petróleo.

Naciones enteras fueron a la ruina por su causa, y hasta hubo guerras por el control de la producción de azúcar. Llegó a Europa durante la Edad Media a través de los comerciantes árabes. Se dice que la nobleza europea consumió demasiado de este producto, engordó y así fue fácil de derrocar. Más tarde, el crecimiento de la producción de azúcar, lamentablemente, contribuyó a la deportación y esclavización de pueblos enteros.

Hasta hace unos 300 años, el azúcar no era una mercancía global. Los historiadores señalan a la India como el primer productor de azúcar (a partir del 900 a.C. aprox.). Por cientos de años el azúcar fue una sustancia escasa y cara, que era utilizada mayormente para fines medicinales. La palabra “azúcar” ni siquiera aparece en la Biblia. Una de las pocas conexiones con la historia bíblica es el rey persa Darío. Su dominio comenzó en tiempos de Daniel, y la Biblia lo nombra 26 veces. Si bien esto no aparece en la Biblia, en otras fuentes se indica que Darío vio caña de azúcar por primera vez cuando asaltó la India (510 a.C.). Él lo llamó “la caña que da miel sin abejas”.

A partir de los siglos XVII y XVIII, gracias a las plantaciones de caña de azúcar en América y el Caribe, la industria del azúcar se desarrolló a nivel global como una fuerza económica amplia y lucrativa. Por primera vez, el azúcar también llegaba a la gente sencilla que antes debía usar miel o frutas para endulzar sus comidas. En Gran Bretaña, el consumo de azúcar de los sectores más pobres de la sociedad de aquel tiempo, sobrepasó incluso al de los acomodados. En la última parte del siglo XIX, la producción mundial de azúcar se encontraba aproximadamente en los 40 kilogramos por persona por año. Al mismo tiempo, la producción de alimentos listos para el consumo (mermeladas, jugos, etc.) aumentó enormemente.

Hasta el día de hoy, se pueden ver las repercusiones de la industria azucarera por todas partes: la influencia negativa sobre la salud de la gente, y el dominio de las naciones del llamado “primer mundo” sobre las del “tercer mundo”.

Según estimaciones de la Organización para la Agricultura y la Alimentación (FAO), a nivel mundial se consume un promedio de 24 kilogramos de azúcar por persona por año (1999). Eso son más de 260 kilocalorías por día. El problema de esto es que un consumo demasiado alto de azúcar lleva a la obesidad y, como se ha comprobado, causa diabetes, enfermedades cardiovasculares, demencia, degeneración macular, e incluso, cáncer. Los científicos continúan discutiendo sobre los efectos del azúcar en la salud.

Los problemas causados por el alto consumo de azúcar no se encuentran solamente en los países desarrollados. En Egipto, por ejemplo, la gente consume tanto azúcar que casi una quinta parte de la población sufre de diabetes. Si se observa la larga historia del azúcar, se puede notar que lo que comenzó como medicamento y artículo de lujo para los acomodados, con el tiempo se ha convertido en un veneno para el mundo entero.

Como ya se señaló, el azúcar no es mencionado en la Biblia. En aquel entonces se recurría a edulcorantes naturales como las frutas y la miel. Esta última era un símbolo muy común para referir a la dulzura. En la Biblia, la palabra “miel” es mencionada 62 veces, lo que es una buena demostración de su importancia. No obstante, el tema de la miel es tratado medidamente en la Biblia: por ejemplo, las Escrituras valoran más la sal que la miel. ¿Por qué?

La sal tiene un rol más importante en la Biblia. Por ejemplo, el pueblo de Israel recibió la orden de ofrecer sal como parte de la ofrenda: “Y sazonarás con sal toda ofrenda que presentes, y no harás que falte jamás de tu ofrenda la sal del pacto de tu Dios; en toda ofrenda tuya ofrecerás sal” (Lv. 2:13). La sal también tenía un importante rol simbólico; por eso en la Biblia habla del “pacto de sal” (2 Cr. 13:5; Nm. 18:19).

Sin dudas, las Escrituras dicen expresamente que la sal es buena. No obstante, tiene que ser guardada correctamente para mantenerse buena: “Buena es la sal; mas si la sal se hiciere insípida, ¿con qué se sazonará? Ni para la tierra ni para el muladar es útil; la arrojan fuera” (Lc. 14:34-35). Contrario a eso, el azúcar no pierde su dulzura ni sus características seductoras, aun cuando se convierte en una masa pegajosa.

Por supuesto que no está prohibido disfrutar de algo dulce; después de todo Dios creó el paladar humano de tal modo que siente las cosas dulces como algo agradable. Sin embargo, lo dulce exige mucha autodisciplina a su vez, ya que siempre representa también una seducción. ¡Es tentador! Todos, sean grandes o chicos, aman las cosas dulces. Por eso rápidamente se llega a un consumo excesivo que es dañino. Ya el autor de los Proverbios advertía: “¿Hallaste miel? Come lo que te basta, no sea que hastiado de ella la vomites” (Prov. 25:16).

En la Biblia queda claro que la miel también puede llegar a ser dañina. Vemos que no se permitía ofrecer miel o levadura como ofrenda. Dios ordenó a los israelitas diciendo: “Ninguna ofrenda que ofreciereis a Jehová será con levadura; porque de ninguna cosa leudada, ni de ninguna miel, se ha de quemar ofrenda para Jehová” (Lv. 2:11). El azúcar ha causado terribles problemas de salud y grandes injusticias en el mundo; y esto también se da en el sentido espiritual. ¿Por qué?

Una vez más: la Biblia prefiere la sal. Se nos indica expresamente que seamos la “sal de la tierra” (Mt. 5:13). Eso está claro; los cristianos no son llamados a ser el “azúcar de la tierra”. No debemos predicar un “mensaje atrapamoscas” de un Dios “viejo y dulce”. Si hacemos eso, damos una imagen distorsionada de la Biblia. En lugar de eso debemos llamar las cosas por su nombre, y no envolver las verdades bíblicas en un manto dulce. Muchos cristianos en la actualidad intentan disculpar la Biblia; ellos creen que si la endulzan, hacen que el evangelio y las verdades bíblicas sean más apetecibles. Los pasajes salados del evangelio ya no son muy populares: hacen que se le frunza a uno la boca y son demasiado amargos para tragarlos. Por eso se los unta con jarabe dulzón, redundando así en el daño de la salud espiritual.

Jesús dijo: “Tened sal en vosotros mismos; y tened paz los unos con los otros” (Mr. 9:50). Esta declaración se puede entender en el sentido de que la paz entre los santos no puede ser fomentada a través de diálogos azucarados. Este problema, sin embargo, parece estar muy presente en la iglesia contemporánea: demasiado azúcar. 

El apóstol Pablo escribió: “Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal, para que sepáis cómo debéis responder a cada uno” (Col. 4:6). Si intentamos endulzar nuestras palabras con miel, perderemos la capacidad de dar respuestas equilibradas y bíblicamente fundamentadas. “¡Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo!” (Is. 5:20). Nuestro Salvador Jesucristo nunca azucaró Sus exhortaciones; Él enseñó con sal, no untó con miel Sus acusaciones contra la élite judía. Él sabía que nuestro estómago nos puede dominar (cp. Fil. 3:19).

Más allá de esto, la Palabra de Dios también es descrita como dulce, en el sentido de que lo llena y lo satisface a uno más que todas las otras cosas. Se dice en por lo menos dos pasajes que las profecías y las verdades de Dios son agradablemente dulces. Tanto el apóstol Juan como también Ezequiel recibieron la orden de comerse un rollo de las Escrituras. Juan dijo: “Entonces tomé el librito de la mano del ángel, y lo comí; y era dulce en mi boca como la miel” (Ap. 10:10; cp. Ez. 3:3).

“Los juicios de Jehová son verdad, todos justos. Deseables son más que el oro, y más que mucho oro afinado; y dulces más que miel, y que la que destila del panal” (Sal. 19:9-10). Dios nos invita a todos diciendo: “Gustad, y ved que es bueno Jehová; dichoso el hombre que confía en él. Temed a Jehová, vosotros sus santos, pues nada falta a los que le temen” (Sal. 34:8-9).

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