¿A quién le pertenece la Tierra Santa?

Fredy Winkler

¿A quién le pertenece la Tierra Santa? Cuando se hace esta pregunta, la respuesta que se escucha es muchas veces muy sencilla: por supuesto que le pertenece al pueblo de Israel, porque Dios se la prometió. Sin embargo, la cosa no es tan sencilla como parece, ya que, como sabemos al ver la historia, durante casi 2,000 años la tierra no estuvo en posesión de Israel.

En Génesis 15:18, Dios le asegura a Abraham la posesión de la tierra, pero solamente cinco versículos antes le advierte que sus descendientes estarán todavía 400 años como extranjeros en una tierra que no les pertenece. Lo tuvieron que experimentar Isaac, Jacob y los doce patriarcas en la tierra de Canaán y luego sus descendientes en Egipto.

Muchos años más tarde, cuando Israel –ya un pueblo numeroso– llegó a los límites de la tierra prometida, Dios estableció un pacto adicional con él (Deuteronomio capítulos 29-32), antes de que entrara a la tierra. No se habla mucho de este pacto, pero lo que se dice en aquellos capítulos es de suma importancia y trascendencia.

Este pacto adicional de bendición y de maldición tenía que ser confirmado más tarde por todo el pueblo sobre el monte Ebal y el monte Gerizim, en el centro del país. Ya en Deuteronomio 10, y luego también en Deuteronomio 11:29, leemos que esto ocurriría sobre aquellos montes.

En Josué 8:30-35, Josué cumple con todo conforme a las ordenanzas de Moisés y lee al pueblo todo lo que Moisés escribió.

También el importante capítulo 26 de Levítico habla del tema, un tema clave para el futuro de Israel. En la primera parte del capítulo se alaban las maravillosas y extraordinarias bendiciones de la obediencia. Pero luego se describen las tremendas consecuencias de la desobediencia y de la maldición que resulta de ella, las cuales culminan en la expulsión de la tierra. Lo mismo leemos en Deuteronomio, capítulos 27 y 28.

Esto nos hace ver que la posesión de la tierra no estaba automáticamente garantizada a los israelitas, sino que estaba ligada a las condiciones del pacto que Dios había hecho con ellos cuando entraron a Canaán.

Estas condiciones de bendición también tienen validez para el tiempo actual. Pero el actual retorno de Israel no ocurre porque Israel cumplió con las condiciones, sino porque ha llegado el tiempo en el cual Dios cumple Su Palabra. El momento en que Dios cumplirá en su totalidad la promesa de la tierra para Israel no se determina por decisión humana, sino que está sometido al poder de Dios.

Dios dijo reiteradas veces a través de los profetas que en el futuro Él haría un pacto nuevo con Su pueblo. Este pacto está conectado con el retorno de Israel a su país, como dice Jeremías 32:37. El futuro nuevo pacto, según el versículo 40, se hará en un contexto nuevo en el cual el pueblo de Israel ya no se apartará de Dios.

En los pactos, Dios siempre presentaba las promesas de tierra a Abraham y a sus descendientes como un hecho cumplido. De Su parte, lo prometido estaba garantizado, porque Dios cumple lo que dice. El fracaso de los pactos siempre ocurría del lado de los hombres. Dios, sin embargo, se atiene a Sus promesas, aunque el hombre desobedezca. Este principio de Dios lo vemos plasmado de una manera impresionante en el retorno del pueblo de Israel a su tierra. Es la prueba de que Dios cumple todas Sus promesas. Pero con el retorno del pueblo al país de sus ancestros, Dios todavía no ha alcanzado Su meta final. La verdadera meta es que Israel llegue a una constante obediencia frente a Él, alcanzando así su verdadera vocación, que es ser una bendición para todos los pueblos.

También para las demás naciones, Dios tiene el plan de llevarlas a la obediencia, para que Él pueda cumplir plenamente Sus metas de bendición para ellas, que ha tenido desde la creación.

Anhelando el eterno pacto de paz que Dios hará.

 

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